martes, 30 de abril de 2013








To the moon and back.
 

Despiertas, consciente que es de mañana, solamente porque la molesta luz del sol se escabulle por entre las cortinas de tu ventana. Y maldecirías a todos tus parientes si fuese posible, pero al abrir los ojos te quedas mudo. Sobre tu buró, una pequeña nota llama toda tu atención. Estiras el brazo derecho para tomar ese pedacito de papel. Y lo ves. Y sonreír es inevitable.





«Felicitaciones de nuevo. Que tengas un hermoso día.
 
Te amo, de ida y vuelta a la luna.»


Gerard Way (o tu Gerard, como preferías llamarlo). Habían sido novios de hace cinco años. Y hace uno decidieron hacerlo oficial; se habían casado frente a sus padres y amigos más cercanos. Y te hacía feliz.

En este momento de tu vida eras más feliz de lo que jamás soñaste llegar a ser.

Al principio te daba un poco de miedo, porque todo lo bueno tiende a acabar. Pero esa etapa está superada, y ahora sólo te dejas amar. Y te preocupas de amarlo como él merece. Y Gerard merece mucho.

Se conocieron en una tienda de discos. Tú no sabías cuál escoger, porque querías hacer un regalo pero Madonna no era lo tuyo. Y ese chico de cabello negro hasta los hombros y ojos verdes supo ayudarte como si fuera el más experto en la Reina del Pop. No te costó descifrar que era gay. Y por esa razón fuiste más que amable con él.

Te había gustado inmediatamente.

Y la sonrisa que mostraba parecía indicar que tú no le habías sido del todo indiferente.

A los tres días de eso, volviste a la tienda para agradecer su ayuda, e informarle que tu mejor amiga había sido feliz con su regalo de cumpleaños. «No es nada», aseguró él. Pero de todas formas aceptó tu oferta para tomar un café aquella tarde.

Fuiste por él a su hora de salida, y en la cafetería parecía todo muy natural entre ustedes. Hubo química. Y al final de la tarde, lo besaste fuera de su casa.

Desde entonces se hicieron inseparables.

Gerard se convirtió en esa persona que te entendía y apoyaba en todo, a pesar de cualquier diferencia contigo.

Parecía ayer que se conocieron, y parece increíble que ya estén casados. Felizmente casados, debes agregar.

Aunque nunca has compartido la idea de que una persona sea todo en tu vida, Gerard ha sabido ganarse un lugar importante y especial. Y sí, en tu vida hay mucho más que su relación.

Tú eres un creativo, y trabajas en una compañía de diseño. Ayer te dieron el puesto de Productor Ejecutivo, lo que significa que estarás a cargo de más personas y de más proyectos. Pero lo lograste en base a mucho esfuerzo, y te sientes orgulloso de tu trabajo.

Además de tu profesión, te gusta crear música con un grupo de amigos. Nada grande, a decir verdad, pero te quita un peso de estrés de la rutina.

Y Gerard, nuevamente, te apoya en todos tus proyectos. Aunque les quite tiempo de pareja. O aunque tú llegues tan cansado a casa, que sólo quieras dormir.

Él trabaja en una Universidad, impartiendo clases de literatura. Y a veces odias que cierto grupo de alumnas se derritan por él. Sabes que son unas jovencitas mucho más jóvenes que tú, pero crees que no tienen el derecho de fijarse en él. Gerard es tuyo.

Cada vez que caes en cuenta de lo celoso que eres, te das cuenta que los años pasan, pero tú no eres más maduro.


Te levantas de la cama, te estiras un poco dando un gran bostezo, y vas a la cocina; a tu estómago le urge un poco de comida.

~*~


—Gee, ¿hoy llegarás temprano? —Gerard ríe, y tú sabes que es por ese tono de voz infantil que has empleado.

—Creo que no sabes aprovechar tus días libres —bromea él.

—Sí los sé aprovechar, Gee —te quejas, aún de forma infantil—. Pero sería mucho más provechoso si estuvieras aquí.

—¿Tú crees? ¿Qué estaríamos haciendo si yo estuviera allá?

Sonríes, porque sabes a dónde quiere llegar. Y tú eras muy bueno jugando ese juego.

—Podríamos continuar con nuestra celebración de anoche, ¿no crees? —lo escuchas sonreír al otro lado de la línea—. Ya no estás cansado, y yo podría darte todo mi amor.

—Quisiera estar contigo…

Y si iba a agregar algo más, no lo sabes, porque un quedo gemido escapó por entre tus labios.

—Gee…

—No, Frankie. Por favor —te ruega que te detengas, porque él no puede hacer nada. En ese momento está en la universidad y, sabes, que desea tocarte tanto como tú quieres sentirlo.

—Te necesito, Gee. Te necesito mucho —y dejas salir otro gemido, porque ser consciente que él te está escuchando mientras te tocas es excitante—. Oh…

—Eres un jodido… —y lo deja inconcluso, porque ha colgado. Tú ríes, a pesar de estar derritiéndote bajo tu propio tacto.

A pesar que llevan algunos años de relación no han perdido la chispa. La trabajan a diario, porque ninguno quiere perder eso tan especial que han logrado. Gerard y tú son perfectos el uno para el otro, y eso no puede acabar. Por esa razón siempre hacen algo distinto (y no sólo en el sexo). Y por eso pareciera que estuvieran empezando.

Amabas tu relación. No la combarías por nada en el mundo.

Amas tanto a Gerard, que no sabrías por dónde empezar a enumerar tus aspectos favoritos. Pero crees que lo mejor son sus defectos. Sí, sus ojos son los más jodidamente bellos que has visto en toda tu vida. Pero cuando gruñe porque no se sale con la suya. O la forma en que arruga la nariz cuando se enoja te vuelve loco. Y él se enoja más cuando te ríes por sus expresiones de enfado, pero era inevitable. Te gustaba de pies a cabeza, e internamente era mucho mejor. Nadie conocía tantos detalles de su personalidad, y eso te encantaba.

No existían razones suficientes para no pensar que era perfecto para ti. Porque lo era.

Y tú quieres ser lo que él merece. Quieres estar a su altura y darle todo lo que tienes, porque una relación sin equilibrio se vuelve injusta y dañina. Lo habías aprendido con el tiempo.

Y sólo a veces, pensabas que tal vez sí habías madurado un poco.

~*~



—¿Estás cansado, Gee? —le preguntas luego de haber hecho el amor al menos unas mil veces ese día.

Gerard había llegado más temprano a casa, y desde que lo viste entrar por la puerta notaste su erección. Y te reíste. Pero él te calló con el beso más sexy que te haya dado.

—No me digas que aún quieres más —él se gira en la cama, recostándose en un costado de su cuerpo, con la sábana cubriéndole de la cintura para abajo. En su pecho puedes ver algunas marcas que le hiciste con los dientes (o con las uñas. No lo recuerdas bien).

—Sólo quería saber si ibas a dormir ­—quitas un mechón de cabello que cae sobre su frente. Él, inconscientemente, cierra los ojos y sonríe.

—No quiero dormir. Quiero estar despierto, para poder verte un poco más.

Y eres tú quien sonríe ahora.

Te estiras un poco, para besar con suavidad sus labios. Luego suspiras, porque es tanto amor el que habita en tu pecho, que te sientes explotar.

—¿No te gusta el Frank de tus sueños?

—Es mejor el original —muerdes tu labio inferior. Y entonces decides pegarte a su cuerpo desnudo, sentir su piel y su calor, y dejarte envolver por aquella plenitud que te entrega estar a su lado.

—Te amo, de ida y vuelta a la luna, una y mil veces —susurras contra su oído. Y él acaricia tu pelo.

Besas su mejilla al tiempo que sientes que los largos dedos de Gerard tocan tu cintura. Te estremeces, pero no es de forma sexual. Es el efecto que tiene tu esposo en cada célula de tu cuerpo.

—¿No te cansarías de hacer mil viajes a la luna? —pregunta, quedo.

—Por ti, nunca—respondes—­. Nunca me cansaría de amarte.

—Frankie, amémonos por siempre —parece un ruego, y tú lo abrazas con más fuerza. Hace tiempo no sentías el miedo en su voz. No por lo que tenían, al menos.

—¿Está todo bien? —tienes que preguntar.

—Sí —dice, muy bajito—. Pero anoche soñé que te perdía…

Y te lo dice ahora. Ese es otro aspecto de Gerard.

—Nunca jamás. Las pesadillas déjalas en el olvido. Vive esta realidad conmigo.

—Cada día de mi vida —asegura, antes de caer completamente rendido, entre tus brazos.

Te quedas un poco más de esa forma, sintiendo los latidos de su corazón. Pero la necesidad de contemplarlo te gana, haciéndote dejar el calor y sentándote en la cama. Y lo miras dormir.

Hace bastante que perdiste la cuenta de cuántas veces lo has hecho, pero qué importaba una cantidad numérica. Tenías toda una vida para seguir haciéndolo, y eso era lo único que importaba.

Gerard ronca, y ni eso quiebra el romanticismo de la escena; estás muy acostumbrado a cada parte de su persona. Y vuelves a sonreír, como si ése fuese tu real trabajo.

Pero algo nuevo te invade. Tu felicidad parece mezclarse con algo más. Una plenitud embarga tu pecho y quieres llorar, porque ahí, con él, era todo lo que necesitabas.

Nunca pensaste que una persona pudiese significar tanto para ti. Y aunque tu vida es mucho más que tu relación, Gerard te brinda lo que nada más pudo. Ni siquiera la música.

Así has descubierto que la vida puede ser bastante buena.

Vivirías toda la mierda que has tenido que superar a tus escasos 27 años, sólo por obtener una recompensa como aquella. Y no era un puesto de trabajo, ni una persona que descontrole tu mundo. Era el complemento perfecto de todo eso, que lograba que amaras tu vida.

Sólo tenías que mantener la esperanza y seguir luchando.

Y lo lograste. Al final eres feliz.




xx;

miércoles, 13 de febrero de 2013


 
Me gusta mi vida contigo.




Joan, mi psicóloga desde que soy un adolescente, me miraba con atención, como siempre hacía cuando yo guardaba silencio. Usualmente me preguntaba en qué estaba pensando, pero hasta el momento no había dicho nada. Y lo agradezco, porque no podría responder a ninguna de sus preguntas.

Me estaba perdiendo.

Comencé a hundirme en la nada.

Dentro de mi cabeza siempre hay algo; bueno o malo, mi mente siempre parece deseosa de conversar conmigo. Pero ahora no había nada. Me sentía dentro de un cuarto enorme y vacío, de color blanco. Era tan pulcro, que me crispaba los nervios.

No me gusta la pureza, porque suele mancharse con la vida.

—Gerard — dice Joan, en un primer intento de traerme de vuelta. Pero yo no puedo hacer nada por ella esta vez.

Ni siquiera puedo hacer algo por mí. Y eso es peor.

Tengo 30 años, y debería saber cómo controlar mi cuerpo y mi mente, pero la verdad es que no sé hacerlo.

Soy un niño perdido en el cuerpo de un adulto.

Soy un hombre quebrado por sus propios pensamientos. Por el dolor también, y por una infancia difícil.

Pero quién no ha sufrido.

Y comprendo que soy débil. Muy débil.

Me odio.

—Gerard — Joan vuelve a llamarme. Debería sentirse molesta por mi poca capacidad de prestarle atención y mantener una conversación de 45 minutos. Pero su voz suena calma, como siempre. Creo que nada puede alterarla.

La admiro, y nunca se lo he dicho. No debo cruzar la línea de doctora-paciente.

Yo no soy nada más que un paciente.

No soy nada para nadie.

Me odio.

—Gerard, ¿me escuchas? — asiento, muy leve con mi cabeza, de arriba abajo una vez.

Sí, la escucho, pero muy amortiguada. Mis pensamientos han empezado a sonar más fuerte que la voz de Joan.

Tras mi psicóloga, hay un mueble azul, donde descansan los libros que ella puede leer en sus ratos libres.

Y es el azul de ese mueble, lo que más resalta en mi campo visual. Pareciera que me absorbe, porque es lo único que puedo ver.

Soy consciente de mi pecho apretado, mis ojos húmedos, la picazón en mis manos, y de ese azul llamándome.

El azul se prende y todo lo demás se borra.

Sé que no es ninguna ilusión. Son las lágrimas que me prohíben ver algo más dentro de la pequeña sala.

—Gerard, escúchame con atención — Joan se ha levantado de su asiento. Lo sé porque escucho su voz más cerca. Y un calorcito en mi rodilla, probablemente sea su mano — No te pierdas, Gerard. Mírame. Centra tu atención aquí — sé que es una orden, aunque sigue sonando con ciertos toques sutiles —. Mira este dinosaurio de juguete.

Mis ojos lo intentan un par de veces, hasta que lo enfocan. Es un diminuto dinosaurio de color amarillo, con la boca abierta y los brazos cortos. Sonrío al darme cuenta que es un juguete de sus pacientes más jóvenes.

—Estoy aquí — le informo que no me he perdido.

Joan sonríe, satisfecha.

Me dice que respire profundo y que la sesión ha finalizado. Asiento, porque aún no podía hablar, y me parece correcto dar una respuesta positiva.

—Puedes quedarte hasta que te sientas mejor.

Niego.

—Quiero irme a casa.

—¿Te sientes bien para irte solo? — asiento, aunque no es cierto.

Mi pecho está aliviado de cierta manera, pero mis extremidades se sienten resentidas. Están flojas y las piernas a duras penas me sostienen. Pero como nunca antes, fueron fuertes y me trajeron a casa sin dificultad.

Y solamente un paso bastó para sentirme seguro.

Mi departamento no es nada especial, pero me reconforta como ningún otro lugar. Aunque me gusta la decoración y el espacio, sé que es porque vivo aquí con él. Con Frank, mi novio.

No me gusta poner todas mis esperanzas en una sola cosa o persona, porque siempre existe la posibilidad de perderlo. Pero con Frank hemos vivido tantos riesgos, que uno más no debería importar. Así que me atreveré a decir que él es una de las razones más importantes por las que sigo con vida.

Nunca intenté matarme realmente, porque soy muy cobarde. Pero Frank mantiene mi corazón feliz, y eso para mí es estar vivo. El resto sólo es un estado biológico.

Además de mi relación, tengo un trabajo a tiempo completo en una empresa telefónica. Por supuesto, nunca fue mi sueño, pero me da el suficiente dinero para pagar las cuentas.

Y sólo eso es mi vida. O «rutina», como suelo llamarla. Pero no me quejo, porque de todas formas sonrío todos los días, y eso es más de lo que podría pedir.

—El tráfico estaba horrible hoy — susurra Frank, en mi oído, tomándome por la cintura. El abrazo me deja sentir su cuerpo y su calor. Mi corazón se calma.

—¿Tenías prisa?

—Por verte.

Y sonrío.

Con Frank llevamos dos años viviendo juntos y aún logra ponerme como idiota. Tenemos una gran relación, porque sólo somos nosotros; nunca tuvimos la necesidad de fingir, y eso lo hace perfecto.

Sus labios apresan los míos, y yo me dejo llevar por su humedad. Me embarco a donde él quiera llevarme. No tengo objeción, porque siempre a su lado será ideal.

—Bienvenido a casa — sonríe, por ver mi expresión extasiada. Yo no puedo verla, pero me siento de tal forma, y debería estar avergonzado.

—¿Y ese dinosaurio? — pregunta Frank, con una risita siguiendo el paso de su voz.

—Fui con Joan hoy. Tuve un ataque de pánico — informo, casual.

Hablo con naturalidad, porque un ataque de pánico no resulta muy extraño en mi vida. Pero, al parecer, Frank no opina igual. Sus ojos se abren más de lo normal, dejándome ver que está exaltado. Me pregunta si he vuelto solo a casa, y yo le digo que sí. A él no le miento.

—No quiero que te pase nada, Gerard — dice, muy bajito, acariciando un mechón de pelo que roza mi pómulo.

—Nada va a pasarme. Siempre me tendrás a tu lado — le digo, en respuesta a la canción que me escribió el otro día.

Frank no es músico, pero ama escribir canciones y tocar la guitarra acústica. Ha escrito muchas letras por mí y por nosotros, y cada vez que las canta, mi corazón se derrite un poco más. Su voz es la más hermosa que he oído nunca.

—Obstinado — arruga un poco la frente, pero sé que no está enojado.

Su preocupación por mí me encanta, y al mismo tiempo, me sorprende que siga siendo así, a pesar de los años. Y a pesar de conocer mis depresiones.

Frank no se ha cansado de mí, y eso es lo que más susto me da. Pero no puedo pensar al respecto, porque me besa y yo vuelvo a perderme.

Le enseño una historia que encontré en Internet antes de salir de casa, y el día se nos pasó como un suspiro.

Frank me sonreía y me contaba cómo fue su día en el periódico, y yo estaba bien. Por eso no me lo veía venir…

Pero a la noche atacó nuevamente. Eso que vive dentro de mi cabeza y que yo me he encargado de alimentar con el paso de los años. Ya ni sé cómo llamarlo, porque he sido yo mismo su dueño y creador.

Y soy yo el único que puede detenerlo, pero no tengo la fuerza necesaria.

Estoy cansado de luchar contra él. Como estoy cansado de oír lo que tiene para destruirme.

Aún así, despierto en plena madrugada, con la oscuridad de la habitación y el llanto cubriendo mis mejillas. Me falta la respiración y la cordura.

Frank me siente de inmediato, e intenta calmarme. Me arrulla, me susurra, me toca la piel, y de a poco me trae de regreso.

Es un proceso lento, porque en un comienzo solamente puedo oír mi voz gritándome. «Idiota. ¡No sirves para nada! Él no te quiere, porque vales muy poco».

Una y otra vez.

«Vales muy poco, cobarde».

Las lágrimas las siento manchando todo a su paso. Me hago ovillo en la cama, presionando con fuerza mis muslos contra mi abdomen, pero nada detiene el dolor.

Tengo la imperiosa necesidad de destruirme y dejar de pensar.

Quiero descansar en paz. Y dejarlo a él, para que tenga una vida con alguien normal, que no lo desgaste como lo hago yo.

—Estás perdiendo tu tiempo conmigo — hablo entrecortado, porque mi cuerpo tiembla.

—No empieces con esa mierda.

—¿Por qué no te cansas de mí?

—Porque eres lo que necesitaba para ser feliz.

«No puede ser cierto. No puedes hacer feliz a nadie».

¿Cómo Frank soporta este tipo de cosas? Él podría tener una vida perfectamente normal con otra persona. Yo me sentía como una carga y una pérdida de tiempo.

Un espasmo me recorre y deseo vomitar. No sé si mis pensamientos quieren huir y dejarme en evidencia, o la poca comida que ingerí antes de acostarme está haciendo su camino de regreso por mi garganta. Pero no logro averiguarlo, porque Frank me sostiene por los hombros y me mira directo a los ojos.

—Te necesito aquí — yo niego. No estaba dispuesto a creer que fuese cierto —. Tus malditas inseguridades no te comerán vivo, porque yo me encargaré de sacarte de ésta y todas las que sigan.

Sin más palabras, Frank toma el dinosaurio de juguete que me dio Joan esa mañana, y lo sostiene frente a mi cara.

—Centra tu atención aquí, Gerard — estaba intentando usar las técnicas de mi psicóloga, pero en su voz pude notar el ruego.

Frank estaba asustado por perderme, y eso me trajo de vuelta.

Frank era honesto, y me amaba como yo lo amaba a él.

No tenía por qué temer.

—Este dinosaurio me ha salvado dos veces el mismo día — rió, agraciado, por verme bromear.

—Creo que será nuestro amuleto — apretó el juguete en su mano derecha. Y yo le besé el dorso de ésta.

Me acurruqué contra el cuerpo de mi novio y un suspiro se escapó de mis labios. Me sentía en paz y con mucho sueño.

Medio adormilado, sentí que Frank besó mi cabeza. Y luego todo fue calma.

Sus latidos serenos contra mi oreja, y nuestro pequeño guardián amarillo sobre el buró.




xx;

domingo, 10 de febrero de 2013


Truth or dare

 
 
—Juguemos a ‘Verdad o desafío’ — ofreció Mikey, muy emocionado para ser cierto.

—¿Acaso eres mujer? — preguntó Ray, arqueando una ceja.

—Sí. Soy una chica de 16 años, en cuerpo de macho — le mostró el dedo medio —. ¿Se te ocurre una mejor idea, genio? — contraatacó Mikey, con hostilidad en la voz.

Aunque Mikey solía tener el carácter más tranquilo entre todos, durante los últimos días podía cambiar rápidamente de un estado de ánimo a otro, con sólo una pequeña provocación. Sus compañeros de banda se burlaban al respecto, diciendo que era peor que una mujer durante el período. Pero dijeran lo que dijera, Mikey siempre tenía algo para responderles.

Ray, ya vencido, se encogió de hombros. Mikey sonrió, triunfal.

Todos se sentaron en el piso alfombrado del autobús de gira, formando un pequeño círculo, puesto que sólo eran Mikey, Gerard, Ray, Frank y Pedicone. El guardaespaldas estaba sentado en un sillón, a un lado, cuidando que todo estuviera en orden, junto al chofer.

Aunque el cuarto disco de la banda había tenido mucho éxito en el mercado (a pesar de haber sufrido la pérdida de un segundo baterista, y del manager), algunas cosas no cambiaban. Los autobuses, por ejemplo, seguían siendo igual de incómodos. O como en este caso, fuera de funcionamiento, en una carretera desértica. Sin GPS ni señal en los celulares.

Dado que el vehículo que los llevaría a la próxima ciudad se había averiado, y esperaban a quienes los sacarían de ese lugar (que parecía estar en medio de la nada), no había otra opción que perder el exceso de tiempo libre jugando niñerías.

Las últimas cervezas se estaban acabando, y eso se hacía notar en la repentina alegría de los chicos. Excepto por Gerard, que no podía beber alcohol desde su rehabilitación en 2004. Por el contrario, Frank parecía haber decidido beber todo lo que no podía beber él.

—Mikey, corre alrededor del bus tres veces, gritando tu secreto más sucio — propuso Gerard, con una sonrisa divertida en los labios.

—¿El más sucio? — se quejó, arrugando todo su rostro.

—Fue tu idea este juego, Mikey Way — alentó Ray, riendo —. No puedes escapar.

—Está bien — suspiró, resignado.

En pocos minutos, todos estaban riendo a carcajadas, mientras escuchaban a Mikey gritar “¡Probé el semen de Pete Wentz con azúcar!”.

—Ese es mi hermanito, señores — se burló Gerard, al volver a sus puestos, dentro del autobús.

Se sentaron, y Ray sintió que ya era su turno para preguntar.

—Frank, ¿verdad o desafío?

—Verdad — dijo, notando que no sería capaz de moverse o negarse frente a algún ofrecimiento estúpido por parte de sus amigos.

—¿Cuántas chicas han pasado por tus manos, Iero? — preguntó Ray, de mucho mejor humor que al empezar el jueguito, gracias a la venganza contra Mikey.

—Uhm… No muchas, la verdad — hizo un gesto, que indicaba estar contando mentalmente —. Jennifer, mi primer beso. Algunas chicas en fiestas y borracheras. Y Jamia, por supuesto.

—¿Cómo? — Ray dejó escuchar su voz, con todo el asombro tras esa confesión —. En serio, ¿cómo, Frank? ¿Sabes cuántas chicas has podido conseguir por estar en la banda?

—Nah — Frank se encogió de hombros —. Las chicas no son lo mío.

Todos quedaron en completo silencio, y con los ojos abiertos de par en par, perplejos. Ninguno de los chicos sabía si era el alcohol el que hablaba, o Frank por fin había dicho lo que tantos sospechaban.

Si bien era cierto que el guitarrista había tenido un largo romance con Jamia (el que terminó bastante bien, por cierto), siempre se le vio jugueteando con algunos chicos tras bastidores. Y cuando salían de parranda, no existía quien lo detuviera. Frank podía hacer cruzar la calle a cualquier hombre que transitara por la acerca heterosexual, sin ningún esfuerzo.

Pero escuchar decirlo era diferente.

Por fin el secreto a voces se había confirmado.

—¿Y alguna vez has estado con un chico cercano a la banda? — preguntó Mikey, olvidando ofrecer a otra persona la oportunidad de jugar. En ese momento se sentían más interesados por conocer detalles desconocidos del guitarrista rítmico de la banda.

—Con algunos — sonrió, bajando la mirada al escuchar la fingida tos de Pedicone.

—¡NO! — chilló Mikey — ¡TÚ! — señaló a Iero —. ¡Y TÚ! — señalando a Pedicone —. ¡¿CÓMO?! ¡¿CUÁNDO?!

—En el Warped.

—Y en el Projekt Revolution — agregó el, hasta entonces, silencioso Pedicone.

—¿No eras hetero, Mike? — curioso, Ray dejó que sus palabras escaparan sin meditarlas demasiado.

—Lo soy, pero este maldito imbécil — Frank rió, como un niño travieso, sin arrepentimiento alguno.

Lo siguiente que vino, fue un desafío para Pedicone, el nuevo muy musculoso baterista.

—Besa a Frank.

Como si no hubiesen perdido la costumbre de hacerlo, Mike y Frank acercaron sus rostros, con lentitud y sonrisas satisfechas.

—¿Como en los viejos tiempos?

—Hay muchos ojos sobre nosotros — susurró Iero, sobre los labios de su amigo —. No podemos hacerlo como en los viejos tiempos.

Todas las veces que se habían besado llevaban copas encima, lo que les permitía que el pudor no existiera entre ellos. Ahora tendrían que ser más sutiles, porque —como dijo Frank—, tenían espectadores. Y no es que le importara demasiado, pero eran sus compañeros de banda, y no deseaba traumarlos a estas alturas.

Sin embargo, no pudo contener el deseo de lamer los labios del mayor, antes de apoderarse de ellos, en un beso húmedo y necesitado. Abriendo la boca, le dio pase libre a Mike, para que hiciera eso en lo que era tan experto. Y sin darse cuenta, Frank llevó su mano a la entrepierna del batero.

—¿Por qué tu mano siempre termina en mi paquete? — ambos rieron.

—Costumbre, supongo.

—Wow — exclamó Ray, alucinando, cuando los chicos se separaron.

Mikey, al igual que el guitarrista del afro, miraba la escena con los ojos abiertos y expresión de sorpresa. Aunque él también había tenido sus aventurillas por ahí (especialmente con Pete), no podía dejar de sorprenderse por lo recién visto.

El único molesto era Gerard.

El vocal no podía creer que su mejor amigo hubiese hecho eso, ¡frente a ellos! Qué falta de moral y respeto. Y más allá de eso, sentía asco, como si la poca comida que ingirió durante el día deseara volver por donde entró.

—Creo que después de eso, lo mejor es terminar el juego.

Mikey se mostró de acuerdo con Ray, porque de lo contrario, quizá qué podría pasar entre esos dos.



*



—¿Qué haces, Gee?

—Dibujo — respondió, seco. Frank lo hubiese notado de haber estado en sus cinco sentidos, pero la borrachera inhibía su entendimiento.

Así que tampoco percibió que Gerard deseaba estar solo, ni que estaba molesto. Tan sólo se sentó a su lado en el sofá del bus, recargando todo su peso en el respaldar, y suspirando con fuerza. La euforia del alcohol lo había dejado, para dar paso a ese cansancio demoledor, como si mil elefantes hubiesen arrasado con su cuerpo.

—¿Y qué dibujas?

—Nada que te importe.

—¿Estás enojado conmigo o algo?

—No, por qué tendría que estarlo — fue sarcástico, pero Frank seguía sin notarlo.

—Me alegro, Gee. No me gusta cuando te enojas conmigo.

Gerard rodó los ojos, pero su postura no permitió que Frank lo viera hacerlo.

El silencio que se generó fue absoluto, y eso era extraño, porque a Frank le gustaba hablar, aunque no tuviera sentido la mayor parte de lo que decía. Movido por la duda, el vocal miró a su mejor amigo, pero éste ya se encontraba en su séptimo sueño. Frank dormía, con la boca abierta, indicando que en pocos minutos se pondría a roncar.

No es que lo conociera tanto, pero luego de varias giras, sabía cada una de las manías o comportamientos de sus compañeros. Ray escondía el porno bajo el colchón, Mikey se encerraba por media hora en el baño todas las mañanas para arreglar su cabello, y Frank… Bueno, Frank solía ser ruidoso al masturbarse.

A Gerard lo recorrió un escalofrío.

“No pienses en eso ahora”, se recriminó mentalmente.

Por suerte no tuvo mucho más tiempo para pensar en eso que no debía pensar, ya que Frank empezó a toser. Partió como un sonido suave, pero el guitarrista terminó corriendo al baño, para vomitar hasta la cena.

Gerard se levantó también, siguiendo a su amigo, y ofreciéndose en lo que pudiese ayudar. Después de todo, él sobrevivió a varias borracheras, y sabía qué hacer en momentos como esos.

—Respira — le indicó, calmo.

Frank seguía vomitando, abrazado al retrete, con la mano de Gerard sobándole la espalda.

—¿Mejor? — preguntó, al ver cómo Frank se sentaba y limpiaba su boca.

Iero asintió.

—Mi garganta se hizo mierda.

—Es normal, después de todo lo que vomitaste — dijo —. Pero el ardor y todo tu malestar se irá en cuanto duermas un poco.

Frank volvió a asentir.

—Gracias por estar conmigo, Gee.

—Para eso estamos los amigos — le sonrió, con dolor.

Y luego, no hubo nada más.

Gerard quedó solo en el baño, aún con el olor del vómito de Iero. Sin embargo, el asco no se debía a eso.



*



La mañana les dio la bienvenida a otro día igual de perdidos. Al menos ahora, con la luz del sol rodeándolos, podían ver el paisaje. Camino de tierra, pastizales completamente naturales y, si sus ojos no los engañaban, a lo lejos podían vislumbrar una que otra vaca pastando por ahí.

—¿Dónde mierda estamos? — soltó Mikey, imaginando su vida sin volver a ver a su madre o a su novia otra vez.

—Creo que el chofer no tiene idea dónde nos vino a meter — murmuró Ray, cabreado por estar perdido en su propio país, siendo que un profesional estaba encargado de llevarlos a su próximo destino.

—No te alteres, Toro. Ya verás cómo estaremos riéndonos pronto de todo esto — Ray rodó los ojos, por el buen humor del guardaespaldas, y omitió comentario.

Frank, silencioso, salió del autobús, para tomar aire. Lo necesitaba, porque todo en su interior daba interminables vueltas. Se sentía peor que cualquier otra borrachera que pudiera recordar.

—¿Tanto bebiste?

Frank entreabrió un ojo, encontrándose con el pelirrojo y su sonrisa burlesca. Volvió a cerrar el ojo y respondió, inhalando por la nariz —: No lo recuerdo.

Gerard rió.

Iba a decir algo más, para que Frank se distrajera de su malestar, pero Pedicone apareció de la nada, interrumpiendo su precioso momento de tranquilidad.

—Hey, Frankie, ¿quieres dar una vuelta y ver si encontramos algún reptil?

—¿Reptil? — preguntó, riendo. Mike se encogió de hombros.

—Debe haber algo interesante en medio del campo, ¿no?

—Claro. Busca tu cámara. Te alcanzo enseguida — sonrió, mostrando la hilera de dientes —. Gee, ¿quieres venir? — Gerard negó —. Oh, vamos.

Siempre era lo mismo con esos dos; no podían estar separados. Y no era nada nuevo que Frank compatibilizara con alguien, y mucho menos con los bateristas que habían pasado por la banda, pero con Pedicone las cosas habían llegado mucho más lejos. Parecían mejores amigos por siempre, y Gerard odiaba eso.

Y mucho más, odiaba sentirse como un estúpido crío celoso e inseguro, porque supuestamente eso había quedado atrás, junto a la secundaria y toda esa basura. Así que no pudo evitar decir lo que dijo.

—Ahora te sientes mejor, eh.

—No, pero…

—Vete a la mierda — lo interrumpió, seco.

—Sí estabas molesto conmigo — dijo, como si hubiese descubierto América.

—Olvídalo, Frank.

—Quiero saber.

Gerard intentando escapar, y Frank tras él como un niño malcriado, llegaron a la parte trasera del autobús, en medio de gritos y maldiciones dichas por ambos.

—Te dije que lo olvidaras.

—Y yo te dije que quiero saberlo — Gerard resopló, muy molesto. Pero sabía que Frank no iba a detenerse, así que era mejor hablar.

—Pasas un par de horas de la noche vomitando, y yo soy el tonto que se queda contigo, preocupado por tu salud, sin dormir y con el olor más asqueroso pegado a la nariz. Pero a ti te importa una mierda, porque ahora te vas con el estúpido de Pedicone a sacarle fotos a pastizales y lagartos, y te olvidas de mi existencia.

Gerard se odió por lo celoso de sus palabras, pero ya no podía ocultarlo por más tiempo. Ver a Frank besándose con Mike había sido el colmo de una seguidilla de sucesos del último tiempo, y ya estaba harto. No quería seguir fingiendo que nada pasaba, porque no era así. Él moría cada vez que veía a su mejor amigo con alguien más. Moría de impotencia por no ser suficiente para que Frank se fijara en él.

—Lo lamento, Gee, pero no quiero quedarme encerrado por haber vomitado un poco anoche.

Gerard apretó los labios, tragándose los millones de insultos que deseaba dejar escapar.

—No entendiste una mierda — dijo, con rabia, empujando a Frank para que lo dejara pasar. Pero una de las cualidades que tenía el guitarrista era ser rápido para actuar, por lo que en una fracción de minutos, tomó al mayor por la muñeca y pegó su espalda contra el autobús.

—Entonces explícamelo, porque quiero entenderte, Gee.

—Ya dije todo lo que tenía que decir — intentó soltarse, pero Frank hizo más presión en sus manos.

—Explícamelo con claridad, porque mi mente sólo imagina cosas. Y ahora pienso que estás celoso de Mike, pero eso no puede ser posible — se miraron fijamente. Frank le rogaba en silencio que no rompiera esa esperanza, porque había esperado mucho tiempo por ella. Gerard, por su parte, no dijo nada al tiempo que decía todo —. No puede ser cierto.

—¿Por qué no? — susurró, temeroso de conocer esa razón que los separaba.

—Porque eres tú. Eres mi mejor amigo — sonrió, triste, aún haciendo presión con sus manos en el cuerpo del vocal —. Eres el mejor tipo que he conocido en mi puta vida, y yo no… No tengo nada especial.

—Dime que es broma — Frank negó, con un movimiento lento y avergonzado —. Si no estás bromeando, quiero que me beses ahora.

Un último intercambio de miradas bastó para dar pie al beso que tanto anhelaban. Primero un sutil roce de labios, temerosos de de despertar en cualquier momento, como tantas otras veces. Pero el sabor que encontraron en los labios ajenos les hizo ver que era cierto. Estaba ocurriendo.

Frank sonrió, sin apartar sus labios de los otros. Luego mordió un poco, llevándoselo con los dientes y acariciando con la lengua el lugar afectado.

Gerard rodeó la delgada cintura de Frank con sus brazos y atrajo su cuerpo, para sentir su calor y sus latidos.

Un suspiro dejó escapar el guitarrista, antes de llevar su lengua por completo a la boca de Gerard. Buscó a su igual, para consentirla como siempre había deseado.

—No es broma — susurró Gerard, más para sí mismo. Frank escondió el rostro en el cuello del mayor, dejando escapar una risita —. ¿Por qué nunca me dijiste nada?

—Creía que era evidente. Tú sabes, por la forma en que te miro, porque siempre intento llamar tu atención y todo eso.

—No todos somos buenos para suponer correctamente.

—Así veo.

Sin decir nada, la misma impulsividad que formaba parte de su persona, lo empujó a pasear su lengua por el blanquecino cuello, arrastrándola por la piel con cortos movimientos. Ya que su mejor amigo sabía que le gustaba, no iba a detener ninguna demostración de cariño.

—¿Te crees un gato? — Gerard tuvo que bromear porque, de lo contrario, lo único que su mente podría procesar hubiese sido “Me gusta tu lengua, Frank. Probemos cómo trabaja en otros lugares”.

Frank rió, provocándole burbujas en el bajo vientre.

—Lo lamento, pero nunca creí que sentir tu erección contra mi cadera me fuese a descontrolar tanto.

Y recién entonces, Gerard se percató que su miembro había despertado gracias al reciente beso.

—Oh. Yo…

—Está bien — rió, no esperando ninguna explicación —. ¿Te cuento un secreto? — le hizo una seña con la mano, para que acercara su rostro. En cuanto estuvo lo suficientemente cerca, al oído le susurró —: Me encanta cuando te sonrojas — le lamió la mejilla y se separó, mostrando la sonrisa más sincera que se haya apoderado de sus labios en el último tiempo.

Esta vez fue Gerard quien lo tomó de los brazos y lo pegó a su cuerpo, buscando contacto. Frank, entendiendo la indirecta, pegó su propia erección a la del mayor, rozándolas con constancia. Gerard tuvo que morder sus labios para no jadear como deseaba hacerlo. Su cuerpo se había desarmado por el placer, y la fiereza en los ojos de Frank lo derretía. No pasó mucho, para que acabara dentro de su pantalón.

Frank sonrió de medio lado y lo besó, ahogando su propio gemido.

—Eso fue rápido — comentó Gerard, con una risita corta.

—El deseo reprimido, tal vez.

—Ya lo creo.

Un último beso y volvieron al autobús, para que nadie los empezara a buscar.



*



Los encargados de reparar el autobús llegaron en media hora más, y los chicos pudieron seguir con su recorrido, sin ningún otro inconveniente.

Frank y Gerard viajaron acostados en la litera del mayor, abrazados y riendo de estupideces, o cuando las caricias les hacían cosquillas.

El resto de la banda iba en el salón, jugando cartas, porque consideraron que era más serio para un grupo de adultos.

—¿Y a esos dos qué les pasa? — preguntó Pedicone, algo sorprendido por el giro de los acontecimientos.

—Creo que hablaron sus asuntos pendientes.

—Te dije que ‘Verdad o desafío’ era una buena idea — sonrió Mikey, siendo apoyado por los demás.

En esta oportunidad, sólo bastaba una jugada adolescente, para hacer que dos adultos asumieran sus sentimientos que se habían encargado de ocultar por tanto tiempo.

Eso, y una pizca de celos por el nuevo integrante.




xx;