I can't hurt you anymore.
Un molesto sonido rompe el perfecto silencio de la
noche. Aprieta las cejas, frunciéndolas como si fueran sólo una. Es su primer
reflejo tras ser despertado contra su voluntad.
¿Qué es eso? ¿La alarma? No, no podía ser. Ese
sonido era más peculiar. Era la melodía que le tenía a él. Todos los contactos que repletaban su agenda tenían la misma
melodía fastidiosa de la compañía, pero él tenía privilegios por sobre todos.
Era una canción de The Bouncing Souls. Su canción favorita.
Gruñe, molesto por tener que verse en la obligación
de tener que abrir los ojos. En cuanto lo hace, es recibido por la oscuridad.
Pero no le cuesta mucho trabajo acostumbrarse a ella. Es más difícil tomar el
maldito celular y contestar.
—¿Aló? — dice, aún con la mitad de su cerebro dormido.
—¡Feliz
cumpleaños, Gee! — escucha al otro lado de la
línea. Es su voz, alegre y vivaz,
como siempre fue.
—¿Sabes la
hora que es? — pregunta, de mal humor, obviando
el primer saludo de cumpleaños que recibe.
—Son las
tres de la mañana; la hora a la que naciste — lo
escucha reír entre dientes. Suena emocionado y feliz, por alguna desconocida
razón —. No es mi culpa que hayas nacido
siendo un vampiro — y ríe de su propia broma —. ¿Quieres salir por ahí?
—¿Estás de
broma? — pregunta, incrédulo.
—Por
supuesto que no, Gee. Es en serio — aclara
el chico feliz, al otro lado del aparato —. Es tu
cumpleaños, y tengo preparada una sorpresa.
Gee mira la cama, donde su pareja duerme
plácidamente, aún a pesar del ruido del celular, y de su propia voz, hablando
con Frankie a las tres de la madrugada de ese nueve de abril.
—¿Vamos? — vuelve a oír la voz de Frank, volviendo a la
realidad.
Está medio dormido, con un poco de mal humor, con
miedo a ser descubierto, pero aún así acepta. No podía negarse a una propuesta
de Frank, especialmente si le tenía una sorpresa preparada sólo a él.
Sin pensarlo demasiado, se levanta de la cama,
sintiendo inmediatamente el frío digno de esa hora. Reclamando un poco más
dentro de su cabeza, viste un sweater, sus zapatillas y sale de casa.
El motor ronronea en primera instancia, y cree que
son eso, definitivamente, su novio tuvo que haber despertado. De todas formas
no se detiene. Ya se había levantado después de todo.
Las calles están vacías y oscuras, y él no esperaba
menos. De seguro todos estaban en sus casas, siendo embargados por diversos
sueños. Él anhelaba su cama, el calor de ésta y el abrazo de su novio, y
entonces cayó en cuenta de la locura que estaba cometiendo. Se levantó en plena
madrugada para encontrarse con ese chico de ojos de extraña tonalidad, con la
nariz redondeada y la cicatriz entre las cejas. Ese chico que había
desaparecido de su vida, y que nunca tuvo el título de «novio» siquiera.
La historia de ambos había sido tortuosa, con un
horrible final. Gerard nunca pudo sacar a Frank de su mente… Ni de su corazón.
Se forzó a seguir con su vida, y ahora se encontraba con la calefacción
artificial de su automóvil, tirando todo a la basura.
—Me estoy
volviendo loco — dice para sí mismo, ya que no
hay nadie que lo oiga ni que lo frene.
Gerard nunca fue muy bueno tomando decisiones por
sí mismo, y ahora necesitaba con urgencia un consejo. O que lo internaran. Lo
que estaba haciendo era una locura. De seguro se había vuelto loco… O estaba
durmiendo.
—Espero
estar durmiendo — rogó a quien pudiese cumplir sus
deseos. Él no creía en Dios desde el accidente, pero de repente lo necesitaba.
Sumido en sus turbios pensamientos y
preocupaciones, llegó al lugar acordado con Frank. Estacionó el vehículo y lo
buscó con la mirada. Lejos, entre la niebla, vio una silueta. Gerard no podría
asegurar si se trataba de a quien buscaba, pero al menos alguien esperaba por
él.
Se bajó del auto y, sin asegurarlo, se encaminó
donde la silueta. Necesitaba descubrir qué tipo de broma retorcida era ésa. Y,
principalmente, quién lo odiaba tanto, para jugar con su mente de ese modo.
Conocer a sus enemigos siempre resultaba tentador.
—Hasta que
llegas — la silueta ya con forma
definida, volteó hacia él. Era Frank… O parecía ser Frank, al menos. Y le
sonreía.
Sus ojos se encontraron, y a Gerard le tembló el
cuerpo y la mente. Sintió que su garganta tenía un nudo y que sus ojos
brillaban a causa de las lágrimas contenidas.
—¿Qué…? — su voz dejó de colaborar con él, dejando esa
pregunta inconclusa.
Era Frank. Realmente era Frank.
O parecía ser Frank, que era aún peor.
—Dime…
—Soy yo,
Gee — le dijo, con ternura, arrugando
la frente y arqueando las cejas a la inversa —. Soy Frank.
Y Gerard no pudo más. Se derrumbó. Se dejó llorar
todo lo que se había prohibido por tanto tiempo. Intentar continuar con su vida
parecía más difícil e imposible ahora. Tan imposible como tener a Frank frente
suyo.
—Por
favor, no llores — pidió, con la voz estrangulada
también.
Frank se acercó a Gerard y rodeó la espalda de éste
con ambos brazos. Fue reconfortante y cálido al mismo tiempo.
Parecía tan real que dolía.
Dolía mucho.
—Me harás
llorar a mí también — susurró, contra su oído. La voz
de Frank sonaba tan perfecta y ronca como siempre lo fue. A Gerard le dio una
corriente eléctrica por toda la espina dorsal, lo que erizó todos los vellos de
su cuerpo. Ahora tenía más frío que al salir de casa.
—No puede
ser… No puede…
—Vine por
tu cumpleaños. Vine a verte.
Gerard empezó a reír, aún con lágrimas cayendo
desde su mandíbula al suelo.
—Estoy
soñando. Cómo no lo noté antes — secó sus lágrimas, con las
palmas de sus manos, extendidas por sus mejillas —. Soy tan estúpido.
—No lo
eres — se escucho la voz de Frank, con
más suavidad, al tiempo que corría un mechón de cabello húmedo del rostro de
Gerard.
—Abrázame — pidió.
Frank, sin dudas, lo envolvió de nuevo con sus
delgados brazos. Su cuerpo iba adquiriendo la misma temperatura de Gerard con
la cercanía.
Fue el abrazo más largo y sincero que hayan dado en
toda su existencia, aún si Gerard tenía tantas dudas al respecto. Pero dejando
de lado cualquier percance, logró tranquilizarse al cabo de unos minutos.
—¿Por qué
me trajiste aquí?
—Aquí
solíamos venir a drogarnos, ¿recuerdas? — dijo
Frank, mirando la noche —. Nos perdíamos del mundo. Era
nuestra vía de escape favorita… Aunque, bueno, era mi favorita porque podía
estar contigo — confesó, sonriendo, pero aún sin
darle una mirada a Gerard.
Gerard, en cambio, no quitaba los ojos de Frank; no
quería perderse ningún instante de esa ilusión. Pero más que nada, quería
encontrar alguna falla que lo hiciera despertar. Aunque que Frank le hubiese
hecho un cumplido tierno como ése, no parecía suficiente. Necesitaba algo
grande que lo hiciera abrir los ojos y regresarlo a su aburrida y monótona
vida.
—No pienses tanto.
—No lo estoy haciendo — se sinceró Gerard —. Lo que menos he hecho,
desde que me despertaste, ha sido pensar.
Frank rió entre dientes.
—Feliz cumpleaños, Gerard Way — se levantó del pasto y se acercó al
mayor, para abrazarlo nuevamente.
Pero a pesar de las veces que lo hiciera, Gerard no podría
acostumbrarse. Su cuerpo seguía estremeciéndose con cada contacto.
Como la primera vez que se besaron, o la primera vez que Frank lo tocó.
Cuando le dijo que lo amaba casi entra en un colapso nervioso. Así que
tomando esa experiencia como perspectiva, ahora no estaba tan mal. Podría sobrevivir,
al menos.
El único problema en todo eso era que él se había cansado de existir por
«sobrevivir». Gerard deseaba vivir porque quería hacerlo, no porque estaba
obligado a hacerlo. Pero ya nada de eso parecía posible. Su vida se fue en ese
accidente.
—¿Por qué me trajiste aquí? — repitió la pregunta.
—Era mi regalo. Para formar lindos recuerdos.
«Para tener algo con lo que recordarte», pensó Gerard, muy a su pesar.
—Para que tengas algo lindo con lo que recordarme — Frank leyó sus
pensamientos, con una sonrisa nostálgica en sus labios.
—Esto no puede estar pasando — habló Gerard, abrumado con todo lo que
estaba viviendo esa madrugada. Estaba siendo el peor cumpleaños y recién
empezaba.
—Volví por ti, Gee.
—No, no — Gerard tapó sus oídos, desesperado. Su corazón latía violento
y su cabeza daba vueltas —. Es imposible. Estás
muerto.
—Estoy aquí ahora.
Gerard lloraba, dejando que un río bañara sus mejillas. El llanto
desesperado, por sentir que la locura lo había alcanzado al fin, luego de hacer
la lucha por tantos años. Su pecho dolía, haciéndose trizas. Podía escuchar su
corazón gritar por auxilio.
«Que termine esta pesadilla. Que termine
todo, por favor.»
—No sabes cuánto deseé que volvieras, y que a cambio, se llevaran la
vida de alguien más. Incluso no me importaba renunciar a mi novio, si tu
regresabas — se cubrió el rostro. Era la primera vez que lo decía en voz alta
—. Soy un ser humano terrible. No merezco seguir con vida.
—No digas eso, Gerard — lo reprendió, aún si no era característico en su
personalidad —. Si estás con vida es porque aún te queda algo por hacer.
—No quiero esta mierda. No la necesito — jadeó —. Llévame contigo.
—Aún te quedan muchos años, Gee. Mikey… Mikey tendrá una hija preciosa,
y te adorará.
La voz de Frank sonaba quebrada por el esfuerzo de no llorar. Pero
Gerard se había rendido hace rato, y ya no podía frenar el llanto.
—Llévame contigo — volvió a decir. Rogó esta vez.
Su frente recostada en el pecho de Frank, donde tendrían que estar los
latidos que a él le gustaba escuchar antes de dormir. Siempre resultó tan
tranquilizador, y ahora que no estaban, se sentía morir. La paz no estaba, y
muy pronto se iría la razón junto con ella.
—Por favor, no llores — besó su sien —. Estaremos juntos.
—Quiero que sea para siempre.
—Será para siempre.
Gerard dejó su refugio para mirarlo a los ojos, y constatar que no
mentía. Aún ahora, Frank era tan transparente que no le costaba ningún esfuerzo
poder leerlo.
Sellando la promesa, se besaron, con sólo un roce de labios. Gerard
cerró sus ojos y se dejó llevar. Cuando los abriera, se le presentaría un mundo
nuevo, en el que podría vivir junto al único ser que deseaba a su lado.
Por fin estarían juntos de nuevo, sin errores de por medio.