domingo, 10 de febrero de 2013


Truth or dare

 
 
—Juguemos a ‘Verdad o desafío’ — ofreció Mikey, muy emocionado para ser cierto.

—¿Acaso eres mujer? — preguntó Ray, arqueando una ceja.

—Sí. Soy una chica de 16 años, en cuerpo de macho — le mostró el dedo medio —. ¿Se te ocurre una mejor idea, genio? — contraatacó Mikey, con hostilidad en la voz.

Aunque Mikey solía tener el carácter más tranquilo entre todos, durante los últimos días podía cambiar rápidamente de un estado de ánimo a otro, con sólo una pequeña provocación. Sus compañeros de banda se burlaban al respecto, diciendo que era peor que una mujer durante el período. Pero dijeran lo que dijera, Mikey siempre tenía algo para responderles.

Ray, ya vencido, se encogió de hombros. Mikey sonrió, triunfal.

Todos se sentaron en el piso alfombrado del autobús de gira, formando un pequeño círculo, puesto que sólo eran Mikey, Gerard, Ray, Frank y Pedicone. El guardaespaldas estaba sentado en un sillón, a un lado, cuidando que todo estuviera en orden, junto al chofer.

Aunque el cuarto disco de la banda había tenido mucho éxito en el mercado (a pesar de haber sufrido la pérdida de un segundo baterista, y del manager), algunas cosas no cambiaban. Los autobuses, por ejemplo, seguían siendo igual de incómodos. O como en este caso, fuera de funcionamiento, en una carretera desértica. Sin GPS ni señal en los celulares.

Dado que el vehículo que los llevaría a la próxima ciudad se había averiado, y esperaban a quienes los sacarían de ese lugar (que parecía estar en medio de la nada), no había otra opción que perder el exceso de tiempo libre jugando niñerías.

Las últimas cervezas se estaban acabando, y eso se hacía notar en la repentina alegría de los chicos. Excepto por Gerard, que no podía beber alcohol desde su rehabilitación en 2004. Por el contrario, Frank parecía haber decidido beber todo lo que no podía beber él.

—Mikey, corre alrededor del bus tres veces, gritando tu secreto más sucio — propuso Gerard, con una sonrisa divertida en los labios.

—¿El más sucio? — se quejó, arrugando todo su rostro.

—Fue tu idea este juego, Mikey Way — alentó Ray, riendo —. No puedes escapar.

—Está bien — suspiró, resignado.

En pocos minutos, todos estaban riendo a carcajadas, mientras escuchaban a Mikey gritar “¡Probé el semen de Pete Wentz con azúcar!”.

—Ese es mi hermanito, señores — se burló Gerard, al volver a sus puestos, dentro del autobús.

Se sentaron, y Ray sintió que ya era su turno para preguntar.

—Frank, ¿verdad o desafío?

—Verdad — dijo, notando que no sería capaz de moverse o negarse frente a algún ofrecimiento estúpido por parte de sus amigos.

—¿Cuántas chicas han pasado por tus manos, Iero? — preguntó Ray, de mucho mejor humor que al empezar el jueguito, gracias a la venganza contra Mikey.

—Uhm… No muchas, la verdad — hizo un gesto, que indicaba estar contando mentalmente —. Jennifer, mi primer beso. Algunas chicas en fiestas y borracheras. Y Jamia, por supuesto.

—¿Cómo? — Ray dejó escuchar su voz, con todo el asombro tras esa confesión —. En serio, ¿cómo, Frank? ¿Sabes cuántas chicas has podido conseguir por estar en la banda?

—Nah — Frank se encogió de hombros —. Las chicas no son lo mío.

Todos quedaron en completo silencio, y con los ojos abiertos de par en par, perplejos. Ninguno de los chicos sabía si era el alcohol el que hablaba, o Frank por fin había dicho lo que tantos sospechaban.

Si bien era cierto que el guitarrista había tenido un largo romance con Jamia (el que terminó bastante bien, por cierto), siempre se le vio jugueteando con algunos chicos tras bastidores. Y cuando salían de parranda, no existía quien lo detuviera. Frank podía hacer cruzar la calle a cualquier hombre que transitara por la acerca heterosexual, sin ningún esfuerzo.

Pero escuchar decirlo era diferente.

Por fin el secreto a voces se había confirmado.

—¿Y alguna vez has estado con un chico cercano a la banda? — preguntó Mikey, olvidando ofrecer a otra persona la oportunidad de jugar. En ese momento se sentían más interesados por conocer detalles desconocidos del guitarrista rítmico de la banda.

—Con algunos — sonrió, bajando la mirada al escuchar la fingida tos de Pedicone.

—¡NO! — chilló Mikey — ¡TÚ! — señaló a Iero —. ¡Y TÚ! — señalando a Pedicone —. ¡¿CÓMO?! ¡¿CUÁNDO?!

—En el Warped.

—Y en el Projekt Revolution — agregó el, hasta entonces, silencioso Pedicone.

—¿No eras hetero, Mike? — curioso, Ray dejó que sus palabras escaparan sin meditarlas demasiado.

—Lo soy, pero este maldito imbécil — Frank rió, como un niño travieso, sin arrepentimiento alguno.

Lo siguiente que vino, fue un desafío para Pedicone, el nuevo muy musculoso baterista.

—Besa a Frank.

Como si no hubiesen perdido la costumbre de hacerlo, Mike y Frank acercaron sus rostros, con lentitud y sonrisas satisfechas.

—¿Como en los viejos tiempos?

—Hay muchos ojos sobre nosotros — susurró Iero, sobre los labios de su amigo —. No podemos hacerlo como en los viejos tiempos.

Todas las veces que se habían besado llevaban copas encima, lo que les permitía que el pudor no existiera entre ellos. Ahora tendrían que ser más sutiles, porque —como dijo Frank—, tenían espectadores. Y no es que le importara demasiado, pero eran sus compañeros de banda, y no deseaba traumarlos a estas alturas.

Sin embargo, no pudo contener el deseo de lamer los labios del mayor, antes de apoderarse de ellos, en un beso húmedo y necesitado. Abriendo la boca, le dio pase libre a Mike, para que hiciera eso en lo que era tan experto. Y sin darse cuenta, Frank llevó su mano a la entrepierna del batero.

—¿Por qué tu mano siempre termina en mi paquete? — ambos rieron.

—Costumbre, supongo.

—Wow — exclamó Ray, alucinando, cuando los chicos se separaron.

Mikey, al igual que el guitarrista del afro, miraba la escena con los ojos abiertos y expresión de sorpresa. Aunque él también había tenido sus aventurillas por ahí (especialmente con Pete), no podía dejar de sorprenderse por lo recién visto.

El único molesto era Gerard.

El vocal no podía creer que su mejor amigo hubiese hecho eso, ¡frente a ellos! Qué falta de moral y respeto. Y más allá de eso, sentía asco, como si la poca comida que ingirió durante el día deseara volver por donde entró.

—Creo que después de eso, lo mejor es terminar el juego.

Mikey se mostró de acuerdo con Ray, porque de lo contrario, quizá qué podría pasar entre esos dos.



*



—¿Qué haces, Gee?

—Dibujo — respondió, seco. Frank lo hubiese notado de haber estado en sus cinco sentidos, pero la borrachera inhibía su entendimiento.

Así que tampoco percibió que Gerard deseaba estar solo, ni que estaba molesto. Tan sólo se sentó a su lado en el sofá del bus, recargando todo su peso en el respaldar, y suspirando con fuerza. La euforia del alcohol lo había dejado, para dar paso a ese cansancio demoledor, como si mil elefantes hubiesen arrasado con su cuerpo.

—¿Y qué dibujas?

—Nada que te importe.

—¿Estás enojado conmigo o algo?

—No, por qué tendría que estarlo — fue sarcástico, pero Frank seguía sin notarlo.

—Me alegro, Gee. No me gusta cuando te enojas conmigo.

Gerard rodó los ojos, pero su postura no permitió que Frank lo viera hacerlo.

El silencio que se generó fue absoluto, y eso era extraño, porque a Frank le gustaba hablar, aunque no tuviera sentido la mayor parte de lo que decía. Movido por la duda, el vocal miró a su mejor amigo, pero éste ya se encontraba en su séptimo sueño. Frank dormía, con la boca abierta, indicando que en pocos minutos se pondría a roncar.

No es que lo conociera tanto, pero luego de varias giras, sabía cada una de las manías o comportamientos de sus compañeros. Ray escondía el porno bajo el colchón, Mikey se encerraba por media hora en el baño todas las mañanas para arreglar su cabello, y Frank… Bueno, Frank solía ser ruidoso al masturbarse.

A Gerard lo recorrió un escalofrío.

“No pienses en eso ahora”, se recriminó mentalmente.

Por suerte no tuvo mucho más tiempo para pensar en eso que no debía pensar, ya que Frank empezó a toser. Partió como un sonido suave, pero el guitarrista terminó corriendo al baño, para vomitar hasta la cena.

Gerard se levantó también, siguiendo a su amigo, y ofreciéndose en lo que pudiese ayudar. Después de todo, él sobrevivió a varias borracheras, y sabía qué hacer en momentos como esos.

—Respira — le indicó, calmo.

Frank seguía vomitando, abrazado al retrete, con la mano de Gerard sobándole la espalda.

—¿Mejor? — preguntó, al ver cómo Frank se sentaba y limpiaba su boca.

Iero asintió.

—Mi garganta se hizo mierda.

—Es normal, después de todo lo que vomitaste — dijo —. Pero el ardor y todo tu malestar se irá en cuanto duermas un poco.

Frank volvió a asentir.

—Gracias por estar conmigo, Gee.

—Para eso estamos los amigos — le sonrió, con dolor.

Y luego, no hubo nada más.

Gerard quedó solo en el baño, aún con el olor del vómito de Iero. Sin embargo, el asco no se debía a eso.



*



La mañana les dio la bienvenida a otro día igual de perdidos. Al menos ahora, con la luz del sol rodeándolos, podían ver el paisaje. Camino de tierra, pastizales completamente naturales y, si sus ojos no los engañaban, a lo lejos podían vislumbrar una que otra vaca pastando por ahí.

—¿Dónde mierda estamos? — soltó Mikey, imaginando su vida sin volver a ver a su madre o a su novia otra vez.

—Creo que el chofer no tiene idea dónde nos vino a meter — murmuró Ray, cabreado por estar perdido en su propio país, siendo que un profesional estaba encargado de llevarlos a su próximo destino.

—No te alteres, Toro. Ya verás cómo estaremos riéndonos pronto de todo esto — Ray rodó los ojos, por el buen humor del guardaespaldas, y omitió comentario.

Frank, silencioso, salió del autobús, para tomar aire. Lo necesitaba, porque todo en su interior daba interminables vueltas. Se sentía peor que cualquier otra borrachera que pudiera recordar.

—¿Tanto bebiste?

Frank entreabrió un ojo, encontrándose con el pelirrojo y su sonrisa burlesca. Volvió a cerrar el ojo y respondió, inhalando por la nariz —: No lo recuerdo.

Gerard rió.

Iba a decir algo más, para que Frank se distrajera de su malestar, pero Pedicone apareció de la nada, interrumpiendo su precioso momento de tranquilidad.

—Hey, Frankie, ¿quieres dar una vuelta y ver si encontramos algún reptil?

—¿Reptil? — preguntó, riendo. Mike se encogió de hombros.

—Debe haber algo interesante en medio del campo, ¿no?

—Claro. Busca tu cámara. Te alcanzo enseguida — sonrió, mostrando la hilera de dientes —. Gee, ¿quieres venir? — Gerard negó —. Oh, vamos.

Siempre era lo mismo con esos dos; no podían estar separados. Y no era nada nuevo que Frank compatibilizara con alguien, y mucho menos con los bateristas que habían pasado por la banda, pero con Pedicone las cosas habían llegado mucho más lejos. Parecían mejores amigos por siempre, y Gerard odiaba eso.

Y mucho más, odiaba sentirse como un estúpido crío celoso e inseguro, porque supuestamente eso había quedado atrás, junto a la secundaria y toda esa basura. Así que no pudo evitar decir lo que dijo.

—Ahora te sientes mejor, eh.

—No, pero…

—Vete a la mierda — lo interrumpió, seco.

—Sí estabas molesto conmigo — dijo, como si hubiese descubierto América.

—Olvídalo, Frank.

—Quiero saber.

Gerard intentando escapar, y Frank tras él como un niño malcriado, llegaron a la parte trasera del autobús, en medio de gritos y maldiciones dichas por ambos.

—Te dije que lo olvidaras.

—Y yo te dije que quiero saberlo — Gerard resopló, muy molesto. Pero sabía que Frank no iba a detenerse, así que era mejor hablar.

—Pasas un par de horas de la noche vomitando, y yo soy el tonto que se queda contigo, preocupado por tu salud, sin dormir y con el olor más asqueroso pegado a la nariz. Pero a ti te importa una mierda, porque ahora te vas con el estúpido de Pedicone a sacarle fotos a pastizales y lagartos, y te olvidas de mi existencia.

Gerard se odió por lo celoso de sus palabras, pero ya no podía ocultarlo por más tiempo. Ver a Frank besándose con Mike había sido el colmo de una seguidilla de sucesos del último tiempo, y ya estaba harto. No quería seguir fingiendo que nada pasaba, porque no era así. Él moría cada vez que veía a su mejor amigo con alguien más. Moría de impotencia por no ser suficiente para que Frank se fijara en él.

—Lo lamento, Gee, pero no quiero quedarme encerrado por haber vomitado un poco anoche.

Gerard apretó los labios, tragándose los millones de insultos que deseaba dejar escapar.

—No entendiste una mierda — dijo, con rabia, empujando a Frank para que lo dejara pasar. Pero una de las cualidades que tenía el guitarrista era ser rápido para actuar, por lo que en una fracción de minutos, tomó al mayor por la muñeca y pegó su espalda contra el autobús.

—Entonces explícamelo, porque quiero entenderte, Gee.

—Ya dije todo lo que tenía que decir — intentó soltarse, pero Frank hizo más presión en sus manos.

—Explícamelo con claridad, porque mi mente sólo imagina cosas. Y ahora pienso que estás celoso de Mike, pero eso no puede ser posible — se miraron fijamente. Frank le rogaba en silencio que no rompiera esa esperanza, porque había esperado mucho tiempo por ella. Gerard, por su parte, no dijo nada al tiempo que decía todo —. No puede ser cierto.

—¿Por qué no? — susurró, temeroso de conocer esa razón que los separaba.

—Porque eres tú. Eres mi mejor amigo — sonrió, triste, aún haciendo presión con sus manos en el cuerpo del vocal —. Eres el mejor tipo que he conocido en mi puta vida, y yo no… No tengo nada especial.

—Dime que es broma — Frank negó, con un movimiento lento y avergonzado —. Si no estás bromeando, quiero que me beses ahora.

Un último intercambio de miradas bastó para dar pie al beso que tanto anhelaban. Primero un sutil roce de labios, temerosos de de despertar en cualquier momento, como tantas otras veces. Pero el sabor que encontraron en los labios ajenos les hizo ver que era cierto. Estaba ocurriendo.

Frank sonrió, sin apartar sus labios de los otros. Luego mordió un poco, llevándoselo con los dientes y acariciando con la lengua el lugar afectado.

Gerard rodeó la delgada cintura de Frank con sus brazos y atrajo su cuerpo, para sentir su calor y sus latidos.

Un suspiro dejó escapar el guitarrista, antes de llevar su lengua por completo a la boca de Gerard. Buscó a su igual, para consentirla como siempre había deseado.

—No es broma — susurró Gerard, más para sí mismo. Frank escondió el rostro en el cuello del mayor, dejando escapar una risita —. ¿Por qué nunca me dijiste nada?

—Creía que era evidente. Tú sabes, por la forma en que te miro, porque siempre intento llamar tu atención y todo eso.

—No todos somos buenos para suponer correctamente.

—Así veo.

Sin decir nada, la misma impulsividad que formaba parte de su persona, lo empujó a pasear su lengua por el blanquecino cuello, arrastrándola por la piel con cortos movimientos. Ya que su mejor amigo sabía que le gustaba, no iba a detener ninguna demostración de cariño.

—¿Te crees un gato? — Gerard tuvo que bromear porque, de lo contrario, lo único que su mente podría procesar hubiese sido “Me gusta tu lengua, Frank. Probemos cómo trabaja en otros lugares”.

Frank rió, provocándole burbujas en el bajo vientre.

—Lo lamento, pero nunca creí que sentir tu erección contra mi cadera me fuese a descontrolar tanto.

Y recién entonces, Gerard se percató que su miembro había despertado gracias al reciente beso.

—Oh. Yo…

—Está bien — rió, no esperando ninguna explicación —. ¿Te cuento un secreto? — le hizo una seña con la mano, para que acercara su rostro. En cuanto estuvo lo suficientemente cerca, al oído le susurró —: Me encanta cuando te sonrojas — le lamió la mejilla y se separó, mostrando la sonrisa más sincera que se haya apoderado de sus labios en el último tiempo.

Esta vez fue Gerard quien lo tomó de los brazos y lo pegó a su cuerpo, buscando contacto. Frank, entendiendo la indirecta, pegó su propia erección a la del mayor, rozándolas con constancia. Gerard tuvo que morder sus labios para no jadear como deseaba hacerlo. Su cuerpo se había desarmado por el placer, y la fiereza en los ojos de Frank lo derretía. No pasó mucho, para que acabara dentro de su pantalón.

Frank sonrió de medio lado y lo besó, ahogando su propio gemido.

—Eso fue rápido — comentó Gerard, con una risita corta.

—El deseo reprimido, tal vez.

—Ya lo creo.

Un último beso y volvieron al autobús, para que nadie los empezara a buscar.



*



Los encargados de reparar el autobús llegaron en media hora más, y los chicos pudieron seguir con su recorrido, sin ningún otro inconveniente.

Frank y Gerard viajaron acostados en la litera del mayor, abrazados y riendo de estupideces, o cuando las caricias les hacían cosquillas.

El resto de la banda iba en el salón, jugando cartas, porque consideraron que era más serio para un grupo de adultos.

—¿Y a esos dos qué les pasa? — preguntó Pedicone, algo sorprendido por el giro de los acontecimientos.

—Creo que hablaron sus asuntos pendientes.

—Te dije que ‘Verdad o desafío’ era una buena idea — sonrió Mikey, siendo apoyado por los demás.

En esta oportunidad, sólo bastaba una jugada adolescente, para hacer que dos adultos asumieran sus sentimientos que se habían encargado de ocultar por tanto tiempo.

Eso, y una pizca de celos por el nuevo integrante.




xx;

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